jueves, 22 de marzo de 2012

Novedades 2012


CONVERSACIONES
ENTREMUERTOS

TOMÁS CARDOSO

Este libro es una celebración del goce de robar, de copiar, de ser un eco más que una voz: goce que me sabe aún más rico que aquel de traducir, y tantísimo más rico que el de esa tercera pereza, que se llama crear-algo-nuevo. Sabrás perdonar que estos ejercicios de inspiración mecánica, o de mecánica espiritual, estos fragmentos de alguien que ya es un fragmento, vengan saturado de citas, o podemos llamarlas invocaciones: incluso donde no cito un nombre, las palabras son de otro. (El maestro es el discípulo es el maestro & etc. Conversation is a game of circles: la conversación es un juego de círculos, escribe Emerson.) Puede que, por momentos, el lector se sienta un poco como el hijo de Pedro Páramo entre los murmullos de Abajo: allá él. Que avance sin esperanza, pero sin miedo, como le enseña Virgilio a Dante, y como bien sabe el Diablo de Milton. Zombis parlantes, muertos que caminan, fantasmas en la huida, quieren habitar este cuaderno: sabrás perdonar también, entonces, que un tercio de nuestro trayecto se demore en volver sobre la más mentada de tales historias, historia que tanto mejor releyeron Tolstói, Shaw, y en especial Oscar Wilde, que para mejor estilo de su prosa tuvo el recaudo de ir a prisión también, y así:

Vestiré la pena como un rey luce el púrpura.

Como Graham Greene, siento que desde niño no he hecho más que perfeccionarme en el arte de escapar. De ahí estos pasatiempos, estas hijas malcriadas de mis mañanitas: ojalá encuentres algo en ellas que valga la pena & el púrpura.

Tomás Cardoso
Buenos Aires, septiembre de 2011.


Novedades 2012

Para el crítico norteamericano S. Menton un cuento puede leerse en menos de una hora.

Para el Escritor sudamericano se gana por nocaut en el mentón.

Para el bonaerense M. Caparrós el fútbol es un en sí narrativo por ello poco motivador.

Para mí se puede leer el fútbol en poco más de hora y media –más ya es extra time, pura cháchara o novela-, y ponerse -manos a la obra- a jugar el partido de vuelta.

Y entonces uno puede ganar, perder o empatar. (Y el empate, como todo el mundo sabe, sabe a derrota.)

[G. SOLAZ, Mi teoría sobre mi literatura]


Lo que le hincha las pelotas a G. Solaz es lo que las carga de tinta. Una y la misma cosa: Su afición. <<Si me he aficionado al deporte de la literatura>>, ha escrito nuestro autor alguna vez, <<es por practicar el noble arte del fútbol cada fin de semana>> . Lo tuyo es el combinado, la naturaleza compuesta, la competición de selecciones. El centauro en el terreno, donde hay de todo y cabe todo, cabeza y torso de hombre, cuerpo de caballo, vástago bastardo de un acervo que no responde únicamente al planeta Balón, orbe circular y cerrado de antiguos y medievales, por decirlo en terminología Koyreiana (de A. Koyré), sino a la curva abierta, abierta por Arthur Friedenreich (1892-1969), el Mulato de ojos verdes, futbolista mestizo con nombre de filósofo, hijo de padre alemán y madre brasileña, inventor del chanfle, o séase del tiro con efecto o trayectoria comba.

G. Solaz se enmarca dentro de una literatura futbolística particular, pues el ejercicio de las letras le presta sus músculos para tratar temas no necesariamente futbolísticos. La imagen del centauro, primo de los lápitas, refleja a todas luces la mezcla de Once más uno, un mudable muddy pitch donde se citan –no es primicia- el corazón y el cerebro –el graderío y el palco noble-, la épica, la tragedia y la comedia; un arco, un punto fatídico donde concurren, a distancia, el delantero y el guardameta, el zumbador de aire y el tumbado en el viento, el golpe de las ideas y el vuelo de los sentimientos.”

Que el fútbol es un motor de emociones lo sabe hasta quien nunca ha visto a Maradona abrir juego por las alas. Que es también y por ello causa material de literatura, lo sabe incluso aquel que jamás ha batido sus alas por no haber abierto un libro. Lo que ya no es tan evidente es que el balompié sea capaz de generar ideas. G. Solaz (Valencia, 1979), para la editorial argentina 13x13, se destapa con un acopio de cuentos senti-mentales sobre el opio del pueblo según algunos intelectuales.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Dickens, Dickens, Dickens

Volvemos con un clásico de los comienzos de las novelas. En esta oportunidad Charles Dickens, con su novela Grandes Esperanzas y los lamentos del pobre Pip.

  
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Como mi apellido es Pirrip y mi nombre de pila Phillip, mi lengua infantil, al querer pronunciar ambos nombres, no fue capaz de decir nada más largo ni más explícito que Pip. Por consiguiente, yo mismo me llamaba Pip, y por Pip fui conocido en adelante.
Digo que Pirrip era el apellido de mi familia fundándome en la autoridad de la losa sepulcral de mi padre y de la de mi hermana, la señora Joe Gargery, que se casó con un herrero. Como yo nunca conocí a mi padre ni a mi madre, ni jamás vi un retrato de ninguno de los dos, porque aquellos tiempos eran muy anteriores a los de la fotografía, mis primeras suposiciones acerca de cómo serían mis padres se derivaban, de un modo muy poco razonable, del aspecto de su losa sepulcral. La forma de las letras esculpidas en la de mi padre me hacía imaginar que fue un hombre cuadrado, macizo, moreno y con el cabello negro y rizado. A juzgar por el carácter y el aspecto de la inscripción «También Georgiana, esposa del anterior» deduje la infantil conclusión de que mi madre fue pecosa y enfermiza. A cinco pequeñas piedras de forma romboidal, cada una de ellas de un pie y medio de largo, dispuestas en simétrica fila al lado de la tumba de mis padres y consagradas a la memoria de cinco hermanitos míos que abandonaron demasiado pronto el deseo de vivir en esta lucha universal, a estas piedras debo una creencia, que conservaba religiosamente, de que todos nacieron con las manos en los bolsillos de sus pantalones y que no las sacaron mientras existieron.